LA MUERTE Y LA VIDA COMO UN JUEGO

Hace unas semanas empecé a escribir un libro sobre la Muerte, partiendo de las experiencias más relacionadas con el tema que he podido experimentar, y con la intención de comprender mejor cómo este evento cotidiano nos afecta en la Vida.

Está claro que en nuestra cultura procura no tenerse muy en cuenta a la Muerte en su vertiente sagrada y como transición inevitable a una posible continuación de la existencia. Esto no ayuda a que seamos precisamente amigos de esta compañera inseparable de todo ser vivo. Consideré que hay que replantearse el tema de raíz y que hay que hacerse amig@ de la Muerte.

(imagen: Pradir Kumar Sikdar)

La consciencia de ser, cuando surge, nos permite observar que encarnamos a alguien, una persona. Mediante cierta atención empezamos a sentir que sí, que de alguna manera somos esa persona pero que esta no engloba la totalidad de lo que sentimos que somos. Por ejemplo, a menudo sentimos que actuamos o pensamos de cierta manera y decimos "pero yo no soy así", sin embargo nos vemos repitiendo patrones. Esto deja entrever que hay algo más. Si solo nos identificáramos con este ser humano que encarnamos, no existiría la polémica en nuestro interior. Pero la hay. Y esta polémica a menudo nace de la educación y las creencias, que desentonan con los que sentimos como "Ser", hablando desde lo más profundo de nosotr@s.

Todo el trabajo de equilibrado, de auto-realización, tiene como objetivo directo o subyacente conocer a ese Ser que Somos. Ese Ser, podemos sentir aunque fuera a lo lejos, que va más allá de esta vida. Quizás no sepamos concretar, pero de algún modo tod@s tenemos esta noción.

Así bien, ¿qué es la Vida? Un seguido de sucesos que experimentamos en primera persona, identificándonos con ellos mediante "me pasa esto, vivo esto, me han dicho esto etc". Ante estos sucesos nosotros actuamos buscando sentirnos bien. Comprendemos tarde o temprano que los placeres volátiles no nos dan la felicidad permanente mientras que otros eventos sí nos dan felicidad más duradera. Lo que más felicidad nos da es actuar acorde a lo que sentimos. Permitirnos amar, permitirnos experimentar lo que necesitamos experimentar, no bloquear nuestra expresión,...
Si te encuentras entre los privilegiados, habrás descubierto que estar en paz contigo mismo te hace sentir bien. Poder estar a solas en silencio y vibrar con lo que va sucediendo sin identificarte de forma tan directa es uno de los mayores placeres.

Últimamente, atendiendo a todo esto por pura necesidad, se me ha dicho repetidamente que la vida es un juego. Y vaya si lo es. Sin embargo asimilar esta idea y vivir conforme a ella no resulta necesariamente fácil a causa de las dudas sembradas por esta cultura cerrada a los misterios de la Existencia, de la Vida y de la Muerte.

Según lo veo, hay dos modos de moverse por el tablero de juego de la Vida:

Una de ellas es con un dado, como si fuera una Oca. Tiramos el dado y a ver qué sale. Puedes caer en una casilla de bloqueo (pierdes turnos), en una de avance (y tiro porque me toca), o en casillas neutras. Puedes caer en una casilla que te haga volver atrás.

La otra forma es tomando un tablero de Ajedrez. Tú llevas siempre las blancas. Primero mueves tú, y después el Universo mueve. Mueves tú. Mueve el Universo. Esta partida, si nos hacemos amigos del Universo, no tiene por qué ser a matar, sino que se convierte en una danza espléndida en este tablero. Lo que ocurre durante esta partida está en tus manos, en tu capacidad de estrategia y de simpatizar con el otro jugador.

Voy a rizar el rizo.
Recuerdo que de pequeña me encantaba jugar sola al Ajedrez. Pues la Vida como la planteo aquí sería algo así. A pesar de llevar ambos colores, recuerdo que simpatizaba con ciertas piezas y dejaba pasar algunas oportunidades de ataque, por ejemplo. Tú eres el Universo y eres la persona, tú llevas los dos colores, tú llevas la partida.
Si alcanzamos esta identificación con el Universo podemos acceder a una mayor perspectiva de lo que está ocurriendo: ya no solo veremos una parte del tablero, veremos ambas. Asímismo veremos claramente a los dos jugadores y también desde ellos, pudiendo conocerles. Veremos dentro de ellos. Veremos más allá de la partida y la primera persona cae.
Así, podemos hacer un movimiento que queremos hacer y aunque pueda parecer arriesgado, el otro jugador no necesariamente nos comerá una pieza. Podemos jugar libremente, sin miedo, sin jamás perder. Cada instante es un desafío y, como dice Don Juan (Castaneda) los desafíos no son buenos ni malos: son solo desafíos.

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Un fuerte abrazo.

Cristina Bassols